Andrés Oppenheimer, luego de una amplia
crítica a la “solución” presentada por Ricardo Haussmann, debilita los
argumentos de una intervención militar extranjera basándose principalmente en
el comportamiento y pensamiento de los ciudadanos latinoamericanos, con mayor
énfasis en los venezolanos, heredeados históricamente desde las invasiones
norteamericanas de los siglos XIX y XX, como bien lo menciona. Sin embargo, él mismo
asegura que:
La
ruta más factible en este momento es que la comunidad internacional, en
coordinación con la oposición venezolana, aplique nuevas sanciones diplomáticas
y económicas contra la dictadura de Maduro y le exija que devuelva sus poderes
constitucionales a la Asamblea Nacional y restaure el orden democrático.
(2018).
¿La solución de la crisis se reduce a
sanciones políticas? No lo creo. Han sido varias las sanciones diplomáticas que
Estados Unidos, Canadá y la Unión Europea han impuesto sobre los funcionarios
del gobierno venezolano, casi todas por casos de corrupción, narcotráfico,
terrorismo y violación de derechos humanos. Lo que da mucho de qué hablar de la
“calidad” de personas que intentan dirigir el país desde hace 18 años y cuya
ruta sólo tiene llegada en la destrucción. Sin embargo, es menester reconocer
que estas sanciones, contribuyen de gran manera para generar presión política
internacional sobre Venezuela y limitar las posibilidades de libre coexistencia
de estos funcionarios fuera del país pero, no se debe pretender que son
únicamente ellas la solución a la catástrofe que se vive en el país pues, hasta
ahora, dentro de nuestras fronteras, pese a todas las sanciones ya aplicadas y
las cuentas multimillonarias confiscadas, aún el gobierno se mantiene en el
poder, con el monopolio absoluto de la violencia a través del manejo de las
Fuerzas Armadas y las mayores bandas delincuenciales del país, también llamados
“grupos paramilitares”. Se mantiene una Asamblea Nacional Constituyente
inconstitucional pero que a pesar de no ser reconocida por otros Estados, sigue
“en funcionamiento” como un poder supraconstitucional, aun siendo ilegítimo. Haciendo
valer sus decisiones por la fuerza, y sin previa aprobación (o legitimación) de
la ciudadanía.
Creo en la democracia, y considero que los
procesos de cambio hasta ella, o para lograr su fortalecimiento, son largos por
naturaleza, y que de forzarse se debilitaría el fin mismo. Los venezolanos no
tenemos una cultura política o cívica arraigada o estable, la historia nos ha
llevado a pensar en repetidas ocasiones en “la necesidad de un gendarme” como
lo explicaría Laureano Vallenilla Lanz, un hombre de mano dura que llegue a
poner orden el caos. La solución inmediata, forzada en condiciones normales,
venga de donde venga. En esta teoría hemos caído en repetidas ocasiones,
incluso en el año 1998 cuando Hugo Chávez, siendo un militar golpista, llegó al
poder a través de un triunfo electoral.
Actualmente, Venezuela se encuentra en innegables
carencias humanitarias y democráticas. Los recursos del país son extremadamente
limitados para abordar de manera eficaz la crisis y, el dinero del Estado sigue
desviándose a las cuentas personales de quienes ostentosamente quieren
perpetuarse en el poder. La deuda externa se encuentra en cifras imprecisas
cuando se trata de países como Rusia y China, que no por casualidad son aliados
políticos del régimen. Nos encontramos en el inicio de una hiperinflación
anunciada que sólo asegura crecer cada día, alejando cada vez más la comida de
quienes en paupérrimas condiciones aún subsisten dentro del país, las medicinas
de quienes con graves enfermedades se encuentra en hospitales de precarias
condiciones, en el mejor de los casos o, de quienes están más cerca de la
muerte, en el peor de ellos (siendo que en este país, los gastos funerarios
también se convirtieron en lujo). Eso, sin contar el éxodo masivo de ciudadanos
que buscan en otros países una mejor calidad de vida para ellos y una fuente de
ingreso nueva para la familia que queda en el país, la represión a gigantes escalas que sufrimos
quienes salimos a protestar en contra del gobierno el año pasado, las cifras de
inseguridad y muertes violentas totalmente desproporcionadas, la restauración
de la pena de muerte en la práctica con la masacre comandada este lunes 15 de
enero en contra de unos militares sublevados que declararon negociar y rendirse,
y la cantidad de focos de violencia generados en los últimos días a lo largo
del territorio nacional, producto de saqueos y desesperación. Aunado a ello, las
medidas impuestas por la SUNDDE a cadenas de automercados que implican reducir
los precios en más de un 50%, generando pérdidas millonarias a las empresas
privadas. Si las empresas quiebran, y deciden cerrar sus puertas, el gobierno
controlaría la totalidad del monopolio de alimentos, sometiendo cada vez a más
racionamientos e imposiciones, teniendo al pueblo en la palma de la mano y
poniendo aún más en peligro la vida de los venezolanos, nuestra vida. Esa vida
que pareciera valer menos que un kilo de arroz, y un salario mínimo sólo te
permite comprar 3 ¿eso es suficiente alimento para una familia promedio por un
mes? Definitivamente no. Muchos buscan llevar comida a su casa luego de
rebuscar en la basura.
Por otro lado, la oposición venezolana se
encuentra hoy más fragmentada que nunca, los intereses partidistas tomaron
mayor prioridad que las demandas que encabezaron las protestas desde Abril de
2017. Han repetido el error cometido por la misma MUD en 2014, de sentarse a
“dialogar” con quienes únicamente buscan la sumisión y la debilitación de sus
contrarios, con genocidas y narcotraficantes pero, esta vez, en República
Dominicana. En este punto vale rescatar que ambos autores presentados
(Oppenheimer y Haussmann) concuerdan en que los resultados de esa mesa de
diálogo serán igual a… nada. El término “negociación” está inevitablemente
relacionado con la democracia. En condiciones normales, se requiere “negociar”
el bienestar del país, para resolver conflictos de manera pacífica y evitando
los enfrentamientos violentos. El problema radica en que, el tipo de
negociaciones hechas entre gobierno y oposición se han mantenido a lo largo de
estos últimos años en una especie de trasfondo, lejos del conocimiento público,
lejos también del bienestar del país. En Venezuela, la democracia ha ido
desapareciendo en estos 18 años, y se ha instaurado un régimen con aires de
totalitarismo para unos, y una dictadura, para otros. Lo que es evidentemente
innegable es que las instituciones perdieron su autonomía, por lo que el
Consejo Nacional Electoral es manejado directamente por el gobierno. No hay
confiabilidad de resultados y mucho menos, cuando la polémica elección de la
ANC trajo consigo la evidencia de un sinfín de irregularidades en el proceso
electoral, que se mantuvieron en las elecciones regionales y municipales del
año pasado.
El gobierno de Chávez se mantuvo por el apoyo
popular, el control de las instituciones y el apoyo incondicional de las
Fuerzas Armadas. El gobierno de Maduro, aunque no mantenga el nivel de los tres
factores anteriores, sigue controlando las Fuerzas Armadas, y sigue disponiendo
de ellas a su antojo. Entendiendo esto, y habiéndose ya acabado las posibles
rutas democráticas para este régimen, se hace oportuna una intervención militar
extranjera, a pesar de que las consecuencias que esta acción traigan puedan ser
inmedibles, el país se comienza a adentrar en la anarquía. La inseguridad
aumenta al igual que la inflación. ¿Cómo se le explica a quién trabaja, el
sueldo no le alcanza y no tiene como llevarle comida a su familia, que los
cambios democráticos son largos y que debemos esperar que algunos supuestos
líderes oposición se dignen a dejar de mantener al gobierno en el poder para
mejorar la situación? Me aterra imaginar un panorama de guerra y devastación (y
estoy siendo un tanto extremista en este punto) pero, me aterra aún más la zozobra
en la que vivimos día a día, porque si algo hemos aprendido en estos últimos
meses, es que mañana seguramente estaremos peor que hoy. Me ha tomado cuatro
días tomar una decisión con respecto a este tema, evalué ambas teorías con la
misma relevancia, opinar sobre los sucesos de este país cada vez se vuelve más
difícil. Si algo hay que tener en cuenta es que, uno de los mayores problemas
que tenemos como venezolanos es hacer de la costumbre una tarea. Nos
acostumbramos a acostumbrarnos, nos acostumbramos a estar cada día peor, y así
pues, el nuestro pensamiento no asimila lo catastrófico de las condiciones en
que sobrevivimos.
Ahora bien, hablar de intervención militar
extranjera requiere mucha rigurosidad. Sin embargo, es menester destacar que
esta podría ser una acción totalmente constitucional, según el Artículo 187,
numeral 11 de la Constitución de 1999, y cuya autorización corresponde a la
Asamblea Nacional. Son acciones que en teoría están pensadas en base a la
racionalidad y postuladas a través de las leyes, son caminos y opciones, no un
simple invento mágico. Dado a la prodigiosa ubicación de Venezuela, y la
inminente riqueza en petróleo y minerales, nuestro país suele despertar interés
en grandes potencias. En lo personal, la aceptaría bajo ciertas condiciones:
que sea una intervención aprobada y monitoreada por el Consejo de Seguridad de
algún Organismo Internacional como la ONU (como se realizó en Libia en el año
2011), con el fin de destituir el gobierno actual, restituir la democracia y
llamar a elecciones libres y universales con un CNE de credibilidad, y con la
vigilancia de otros Estados durante los comicios. La idea no se encuentra muy
alejada a la de Haussmann, por lo que no me resulta tan descabellada. Más que
una intervención, se plantea como un respaldo militar a las acciones que se
lleven a cabo en restitución de los derechos, la democracia y la libertad.
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