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Tiene que existir una cura

En los últimos días, me he topado con almas turbias y confianzas quebradas, he oído de quienes sólo quieren huir, incluso del plano terrenal. La tristeza se está apoderando del ánimo, en el país que tiene un ministerio de la felicidad. En la calle escucho insultos y veo enfrentamientos, sale a flote constantemente la desesperación. He visto niños trabajando para comer, mientras algunos adultos aprovechan la penumbra para hacerse de dinero arrebatando las posesiones a otro. 

La cólera y la rabia están apoderándose de cada espacio poblacional, los problemas crecen, las piedras de tranca aumentan, el juego se va cerrando, y nadie sabe cómo ganar. Cada vez son más quienes, en mi cuenta personal, se van alejando de estas fronteras, son más quienes reclaman calidad de vida y oportunidades. Sin embargo, también son más quienes desde otro país sufren a su patria y a los suyos en el exilio. 


En los ojos, veo más historias de amor inconclusas de las que jamás llegué a imaginar, al parecer, tener el corazón roto tampoco ha sido casualidad. El vidrio roto se ha clavado cada vez más, los psicólogos se han vuelto necesarios. Cada uno de nosotros, con sus problemas y pesares, somos reflejos del país. ¿Y ahora, cómo empezamos a sanar?

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Exilio

Voyageurs. Bruno Catalano. Pareciera que nos condenara el cariño, que son los que queremos quienes se nos van, que vamos quedando solos, que al dormir nos arropamos cada noche un poco más, que buscamos en el cielo una respuesta, una fecha de caducidad a la nostalgia por los tiempos que fueron y que, al menos por ahora, no serán más. Ver cómo van quedando las casas vacías y llenas de recuerdos también duele.  Quienes se quedan también sufren el exilio, incluso en su propio país.