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Carta de Gea

Te conocí una tarde de Julio, cuando mi ánimo era tan gris como las nubes que pintaban el día. Me viste así, sencilla y sin más, con cara triste y preocupada. Aun así, notaste mi sonrisa inesperada. Poco a poco te fuiste adentrando en mi vida, en mis mensajes, en mis sueños. Me fuiste dando el afecto y la atención que creía, necesitaba. Me fuiste alegrando los días al paso que me permitías conocerte. 

Disfruté ser testigo de tus ocupaciones, de tus proyectos, de tus historias, e incluso de tu agenda ocupada. Disfruté tu compañía cuando la tuve, aunque ahora sólo me queda en la nostalgia que comparto con mi almohada. Fueron pasando los días, fueron creciendo en mí las esperanzas de un mañana. Nunca llegó. 


Te robé un beso y te entregué la piel, pensando que no dolería, haciéndome la fuerte, fingiendo no ser niña. Me enseñaste a querer aún sin quererme. Me pedías que confiara más en mí, al paso que ibas creando el vacío. Hoy, me toca borrar los planes que hicimos y no concretamos, las cosas que quería aprender de ti, los mensajes de buenas noches. Pero, ¿cómo me arranco de la piel los recuerdos? 


Ahora, colecciono las cartas que no te di, a la par que escribo lo que no te dije, porque no me diste tiempo, no me avisaste que te ibas. Me dejaste aquí, enamorada y sin alma, con las mejillas llenas de lágrimas, con Matisse en la lista de reproducción. 


Te fuiste, aunque te siga viendo una que otra vez, en la calle, en una librería, en tu oficina. Aunque aún te escriba por favores, trabajo, o cualquier excusa que surja en la tarde. Aunque aún siga sin saber, si al menos, para ti, fui alguien o sólo fui. Me ha costado olvidarte, porque cuando aprendí a decir te amo, ya no estabas.

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