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No sé si Caracas sea la sucursal del Cielo pero… es la sucursal de mis sueños.


A Caracas la conocí de pequeña y en viajes esporádicos, la conocía grande, lejana y en carro. La conocía por su paso apurado, su montón de gente, sus altos techos y el Ávila vigilante. Desde esas primeras miradas a la compenetración perfecta entre el desastre y la belleza, llegar a la capital comenzó a ser una de mis metas.
El destino y la perseverancia lo permitieron. El hecho de ser un país centralizado hace que en esta ciudad se concentren la mayor cantidad de oportunidades, Caracas es imagen del futuro para mi mente joven, de las cosas por hacer, de las distancias que recorrer, de los recuerdos que construir.
Desde Septiembre del año pasado, Caracas dejó de ser un punto de referencia en mi mapa, y se convirtió en mi segunda casa. La ciudad que le abrió sus puertas a mi alma joven e ingenua, a los sueños que logré llevar en dos maletas y a las esperanzas de poder encajar en este añorado lugar. Caracas me recibió en medio de gente apurada y retorcida, envuelta en caos, cornetas y golpes en vagones a hora pico, me llenó la cara de humo, la vista la empañó de basura, me presentó al miedo y a la inexperiencia. Pero, aun con el oscuro panorama, mis ganas de quedarme nunca cesaron, ya la conocía, el reto era adaptarse. Me enamoré de Caracas desde su perfil más golpeado, y decidí quedarme aunque un cuchillo en la madrugada me haya arrebatado la tranquilidad de varios días.
Con el tiempo, descubres que el instinto era certero, y que por cada aspecto negativo hay dos positivos que hacen que valga la pena quedarse. Descubres que Caracas no solo es miedo, que también es confianza. Que así como hay delincuentes, también hay gente humilde y trabajadora dispuesta ayudarte tras cada pregunta. Qué tienes millones de opciones en las que ocupar tu agenda, y miles de lugares que visitar. Qué las historias del metro te hacen expandir tus perspectivas, y que a veces las camioneticas son la mejor opción.
A Caracas le debo el beneficio de formarme en buenas Universidades, la madurez que sólo por cuenta propia se puede adquirir, las experiencias de vida, las noches de disfrute, los días de ajetreo, el conocer un poco más la independencia, el poder respirar libertad, la responsabilidad de asumir mis palabras y acciones, e incluso el aprender que cada minuto cuenta y que los detalles son valiosos. Pero sobre los buenos paisajes, el frío nocturno, la buena y mala vibra, el caminaíto apurao’, los vientos de libertad, el amor, la cultura y los cafés, la deuda que siempre agradeceré haber tenido con Caracas es el permitirme conocer a las personas más valiosas, incondicionales y talentosas, de los que he aprendido infinidades de cosas y con los que siento la confianza para sentirme bien. En Caracas descubrí, que los amigos son el pilar de apoyo cuando se está lejos de casa, que son la segunda familia. Que son quienes están para animarte, regañarte y celebrarte.
¡Gracias por tu locura de amor, gran ciudad! ¡Felices 450!

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Exilio

Voyageurs. Bruno Catalano. Pareciera que nos condenara el cariño, que son los que queremos quienes se nos van, que vamos quedando solos, que al dormir nos arropamos cada noche un poco más, que buscamos en el cielo una respuesta, una fecha de caducidad a la nostalgia por los tiempos que fueron y que, al menos por ahora, no serán más. Ver cómo van quedando las casas vacías y llenas de recuerdos también duele.  Quienes se quedan también sufren el exilio, incluso en su propio país.