Ir al contenido principal

Me encuentro a una semana de culminar mi primer año universitario, y a 18 días de que me roben la República.

Desde los dos años de edad, hasta Julio del año pasado estudié en el mismo colegio que para mí se convirtió en una casa. En el piso de granito dejé mis juegos, mis sueños juveniles, mis caídas, mis lágrimas y mis logros, en sus pasillos conocí a los amigos que aún mantengo y que fueron sin duda los mejores compañeros. Desde sus salones me formaron no sólo en conocimiento, sino también en valores, respeto, y sobre todo disciplina. En tercer año comencé a querer la historia de mi país gracias a uno de los profesores más jóvenes y brillantes que he tenido, sus clases más que describir los procesos se preocupaban por comprenderlos, a él le agradezco la cantidad de veces que invirtió sus horas de clase en formarnos como ciudadanos responsables. El problema es que, impartir la disciplina debe responder a la objetividad sin menoscabar los derechos fundamentales de los otros, en este caso de los estudiantes.
Aunque jamás me cansaré de agradecer que esta formación potenció en gran parte el desarrollo de la conciencia, la obediencia y la argumentación de criterios, si hay algo que debo reclamarle es que desestimó la valentía de fijar posición cuando las circunstancias lo requieren y que en muchas ocasiones nos quiso imponer la imparcialidad como ley aun cuando los escenarios eran de plena injusticia, resguardándose en la neutralidad pasiva que al final del día se volvía cómplice de quienes pretendían oprimirnos. De alguna forma, esa casa de estudios fue convirtiéndose en una representación a menor escala de la realidad política nacional, irónico: la política era un tema del que estaba prohibido hablar.
La grave crisis en la que se encuentra sumergida Venezuela, además de ser consecuencia de las malas políticas públicas, las flagrantes violaciones de la Carta Magna y la concentración del poder del Estado en gobernantes totalmente ineficientes y corruptos, también es efecto de la falta de una buena y eficiente cultura cívica o cultura política, llámenla como mejor les parezca, a objeto de este artículo refieren a una misma cosa. Y es precisamente el mantenimiento de una cultura cívica equívoca uno de los factores que obstaculizan el mantenimiento del sistema político democrático. Todo parece indicar que a través de la impresión de ciertos valores democráticos en la población lograría pues el éxito estable de la democracia formal, siempre que vaya acompañado de gobernantes capaces de gestionar políticas eficientes y mantener un sistema de producción que mantenga estable, o en su defecto encamine, la economía de la nación. Ahora bien, partiendo de que como ciudadanos constituimos una estructura altamente influyente para el Estado, y que por tanto, el cambio que queremos ver en la nación depende de nuestras acciones en micro ¿Cómo se logra fomentar la cultura cívica en una población que parece estar históricamente condenada a la resignación ante regímenes despóticos que menoscaban nuestros derechos si en los principales centros de formación ciudadana los derechos también se ven ultrajados?
Cosa contraria ocurre entonces en la Universidad, ambiente de libre pensar, ambiente de debate y de incansable lucha por la justicia, los derechos, los deberes y sobre todo, ambiente de lucha y construcción de país. Ese es el caso de la Universidad Metropolitana, y de muchas otras que, como nosotros, en estos 103 días de lucha se han comprometido, tanto estudiantes como profesores, con la defensa de la libertad y la democracia. En la Universidad, he tenido la oportunidad de conocer a personas brillantes que me han hecho creer fervientemente en la esperanza de lograr un futuro en este suelo patrio. A diferencia del colegio donde era amordazado el derecho de fijar posición ante la crisis o de vociferar las razones por las que me oponía a una cúpula que día a día pulverizaba paulatinamente la libertad, la democracia y el país, en la Universidad se promueve la conciencia ciudadana y, como debe ser, hay supremacía de la justicia sobre la obediencia. A raíz de las manifestaciones que comenzaron hace más de tres meses, he tenido el agrado de marchar junto al rector en varias oportunidades, más que el mismo acto de marchar lo que quiero resaltar es lo que representa dicho acto: el compromiso de la educación con el país. Qué distinto sería el panorama si desde la educación primaria se nos inculcara el sentido crítico y se nos permitiera la libre manifestación de las ideas, qué distinto sería si en lugar de prohibir hablar de política se nos educara en ella. Probablemente fuéramos mejores ciudadanos, muy seguramente entenderíamos el tamaño del peligro que representa ahora el 30 de Julio.  

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Exilio

Voyageurs. Bruno Catalano. Pareciera que nos condenara el cariño, que son los que queremos quienes se nos van, que vamos quedando solos, que al dormir nos arropamos cada noche un poco más, que buscamos en el cielo una respuesta, una fecha de caducidad a la nostalgia por los tiempos que fueron y que, al menos por ahora, no serán más. Ver cómo van quedando las casas vacías y llenas de recuerdos también duele.  Quienes se quedan también sufren el exilio, incluso en su propio país.